miércoles, agosto 22, 2007

Trelew, 22 de agosto, la memoria en lucha

En una entrevista realizada por los corresponsales del diario `El Mundo` de la Capital Federal sobre los sucesos posteriores a la fuga de decenas de guerrilleros revolucionarios de la cárcel de Trelew (1972), el que fue secretario general del combativo sindicato `Luz y Fuerza`, Agustín Tosco, recordó los momentos vividos en la cárcel de Rawson, durante el desarrollo de aquellos acontecimientos.


Este es el relato realizado por el compañero Tosco respondiendo a las preguntas del periodista:

Agustín Tosco y la masacre de Trelew

Por Agustín Tosco
Viernes 24 de agosto/1973. Córdoba

-¿Puede usted relatarnos sintéticamente qué pasó el 22 de agosto de 1972 en el Penal de Rawson?

El 22 de agosto de 1972 en la base naval Almirante Zar de Trelew fueron asesinados 16 presos políticos que habían sido trasladados allí seis días antes, luego de un intento fallido de fuga planificado conjuntamente por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros. Solo seis jefes guerrilleros lograron huir.
El ERP y las FAR habían llegado a un acuerdo de liberar a sus dirigentes por medio de una acción armada coordinada. La dirección de Montoneros no dio el apoyo a la acción, pero dejo librado a sus presos en Rawson la decisión de incorporarse a la fuga. Una lista de prioridades de 120 presos políticos fue elaborada por los dirigentes de las organizaciones involucradas, aunque los dirigentes sindicales clasistas -entre ellos, Agustín Tosco- prefirieron mantenerse al margen de la acción.
Poco más de un año después, Tosco concedió una entrevista al diario El Mundo y narró los sucesos posteriores a la fuga de decenas de revolucionarios de la cárcel de Trelew. El que fue secretario general del combativo sindicato Luz y Fuerza, recordó los momentos vividos en la cárcel de Rawson y evocó el homenaje que, el mismo 22 de agosto de 1972 por la noche, realizaron los presos políticos desde la cárcel de Rawson. Este es su relato.
"Desde el 15 de agosto, día de la evasión, vivíamos en un clima de gran ansiedad. Habíamos sido reagrupados en pabellones distintos a los que ocupábamos en aquella fecha, y aislados rigurosamente en cada una de las celdas individuales. La puerta de la celda era maciza, con algunos agujeros de un centímetro de diámetro, que hacían de mirilla para los celadores que nos observaban y controlaban constantemente. Una especie de pequeña ventana, con barrotes cruzados, semejante a una claraboya sin vidrios, colocada sobre la puerta, nos permitía mirar directamente a algunos compañeros, a los ubicados en las cinco o seis celdas de enfrente; para ello debíamos subirnos a la cabecera de la cama y estar en posición muy incómoda. Pero lo hacíamos con entusiasmo, pues eso nos permitía contactarnos de alguna manera, plantearnos los interrogantes que la situación de incomunicación nos obligaba, e ir transmitiendo las opiniones con el lenguaje mudo de la mano, en el que ya éramos expertos. Dados los cuarenta y cinco metros de longitud del pabellón y las dos series de veintiuna celdas a cada costado del mismo, la retrasmisión se iba haciendo en forma de zigzag hasta completar la totalidad.
Nuestra preocupación mayor era la suerte corrida por los compañeros que se habían fugado. Muchos de los prisioneros pertenecían a organizaciones armadas y otros no; es decir, los que nos encontrábamos en el pabellón. Más a todos nos embargaba una seria inquietud pues la noche del 15 de agosto habíamos escuchado por radio que habían sido apresados en el aeropuerto de Trelew; que se les había dado garantías de reintegrarlos al penal; que estaban en marcha hacia el mismo, en una columna que encabezaban Pujadas, el juez Godoy, el doctor Amaya y miembros de las fuerzas de represión. La noche del 15 de agosto, en la que permaneció tomado interiormente el penal, escuchamos las emisoras de Chile, donde se daba cuenta del secuestro del avión, que en él viajaban Santucho, Osatinsky, Vaca Narvaja, Gorriarán, Quieto y Mena. Pero el 16 de agosto a la mañana, se nos incomunicó. No sabíamos casi nada de los diecinueve restantes.
Teníamos la posibilidad de informarnos muy precariamente por dos vías: en la guardia los celadores solían escuchar los informativos y todos hacíamos un profundo silencio para tratar de pescar algo; o bien el contacto con algunos celadores más "flexibles". Cuando nos abrían la puerta para ir al baño o cuando nos traían la comida, también podía damos una "pista".
Antes del mediodía del 22 de agosto, algunos compañeros comenzaron a transmitir con el lenguaje mudo que parecía que tres prisioneros que estaban en la Base Naval de Trelew habían sido asesinados. Una gran angustia experimentó todo el pabellón. Por la mañana habían requisado en forma muy dura -ellos ya sabían lo acontecido en la madrugada- y propinaron golpes de puño a varios, además de hacernos correr desnudos desde el baño a cada una de las celdas. Habíamos gritado y protestado con toda nuestra fuerza.
A medida que lográbamos noticias, precarias todas, iba aumentando el número de muertos. Decían que Pujadas había intentado apoderarse de la ametralladora de un guardia, que se había generalizado un tiroteo y que habían caído todos. A las 17 horas estaba prácticamente confirmado que habían sido muertos los diecinueve compañeros.
Fueron horas de intenso dramatismo. Todos estábamos encaramados y tomados de los barrotes cruzados de la ventana de la celda hacia el interior del pabellón. Había rostros enmudecidos. Otros lloraban con profundo dolor y rabia. Algunos gritaban y daban vivas a cada uno de los caídos y a las organizaciones guerrilleras, a la clase obrera, a la revolución y a la Patria.
A la noche se preparó un homenaje simultáneo en los seis pabellones ocupados por los presos políticos y sociales. Espontáneamente cada uno relataba aspectos de la vida, las convicciones, la personalidad de los caídos, hasta completarlos a todos. Posteriormente hablaron varios enjuiciando y condenando el alevoso crimen y fijando la responsabilidad en la dictadura y el sistema. Luego a voz en cuello se gritó el nombre de cada uno y cada vez se respondía en forma vibrante y unánime: ¡Presente! ¡Hasta la victoria siempre!
Se entonaron colectivamente las distintas marchas partidarias. Todo quedó en silencio. Los guardias ordenaron acostarse. Esa noche nadie durmió. El recuerdo de los mártires caídos, la imagen de cada uno, su heroico ejemplo, llenaba la imaginación, hacía estremecer los sentimientos y daba una pauta más del duro y glorioso camino revolucionario que recorren la clase obrera y el pueblo hasta su total y definitiva liberación".

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